El escritor de microrrelatos suele ser alguien que huye de un incendio con lo puesto. La orden es salvar los muebles, tirar por la borda todo aquello que no sea imprescindible porque la inundación -sí, algo tiene de paranoico- o el naufragio es inminente.
Lo curioso es llegar a esa condición por puro perfeccionismo: debería hacerse mirar ese empeño de meter un barco cada vez más grande en una botella cada día más pequeña. Presentación, nudo, desenlace, diálogo y ubicación espacio-temporal en el menor número posible de palabras. Una auténtica reválida para el que los escribe y para quienes los leen. |